Historia
La Maestría en Diseño y Producción Editorial
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¿Enseñar edición en la universidad?
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Se da por hecho que el libro, la revista y el periódico son indispensables para la educación, pero en México pocas escuelas se arriesgan a enseñar lo editorial como disciplina. Por tradición se afirma que los editores, correctores y libreros no van a la universidad y se profesionalizan en la práctica.
En realidad, una gran parte del personal editorial sí tiene estudios superiores, terminados o no, pero el punto está en que no fue en la universidad donde aprendió su oficio editorial; con frecuencia se trata de egresados de filosofía y letras, ciencias sociales y artes, pero muchos también son científicos, físicos, matemáticos, biólogos, médicos, ingenieros, químicos y no pocos abogados.
Sólo los egresados de las carreras de periodismo y de diseño (que, con sus problemas y todo, cuentan con jóvenes tradiciones e instituciones educativas propias), el resto del personal no estudió para dedicarse al negocio editorial y todavía habla frecuentemente de su trabajo como de un “oficio” práctico, sin teoría ni escolaridad formal, al que muchos afirman haber llegado por amor o por accidente.
Los primeros en organizar cursos en México fueron los correctores, porque les preocupaba que las normas dependieran de cada empresa, de cada editor y del estilo aprendido del maestro o del mentor de cada uno. Algunas empresas organizaron durante los años ochenta los primeros cursos, y durante los noventa diplomados, para resolver dudas y establecer consensos; gracias a eso, entre 1987 y 1990 la edición apareció por fin en las carteleras de difusión cultural y educación continua, aunque a veces entre los cursos de artesanías y manualidades.
Con los años se fueron abriendo más cursos y foros sobre edición, se empezaron a aprovechar los espacios de las ferias del libro para abrir el debate y se empezaron a organizar asociaciones y grupos de interés alrededor de los problemas editoriales. Sin embargo se siguieron respetando estrictamente las fronteras provinciales entre los textos, las imágenes y las formas, los derechos, las mercancías y los dineros.
La universidad sí cultiva todas las herramientas de la edición, pero mediante cánones separados: literatura, filología, lingüística, periodismo, comunicación, derecho, diseño gráfico, artes gráficas, mercadotecnia, publicidad. Estas carreras universitarias se asumen como saberes bien definidos, pero dialogan poco entre ellas y en el espacio académico no se permiten tocarse muy de cerca. Los estudiantes no tienen la opción de aprender todas estas materias en un solo lugar.
Las editoriales comerciales necesitan urgentemente profesionalizar a su personal, pero no tienen tiempo para estar entrando en los refinados laberintos disciplinarios que tanto le gustan a la academia. Las cosas que tiene que aprender el personal son extremadamente concretas.
Como la disciplina casuística, productiva, de objeto indeterminado que es, la edición se aprende editando y no existe una teoría o un método esencial que supla por sí solo la experiencia de editar. La edición no es una ciencia, sino una industria bastante sui géneris, que desarrolla productos culturales, mediante la interacción entre subjetividades y constricciones de orden cultural, estético, lingüístico, artístico, tecnológico y económico.
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Pero aprender haciendo tiene sus inconvenientes. . .
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Uno de esos inconvenientes es que la gente que aprende haciendo sólo se especializa en hacer lo que hace a diario, pero puede perder la perspectiva de conjunto e incluso llega a desconocer por completo los procesos que pasan fuera de su vista. Esto puede redundar en incomprensiones y conflictos entre diferentes partes de la cadena, que simplemente no están familiarizadas con la forma como piensan los otros.
Hay problemas de comunicación; muchos se quejan, pocos escuchan, se tiende a repetir rutinas y fórmulas ya aprendidas, falta imaginación y hay temor al cambio, lo que dificulta desarrollar productos nuevos y diversos, adaptarse a formatos y tecnologías cambiantes e imaginar el potencial de nuevos textos, formatos y lectores. Una parte de la industria editorial se ha vuelto bastante conservadora y se abraza a sus viejos mercados o al Estado como un salvavidas.
Aprender haciendo también implica ensayo y error, lo que hace más lenta y dolorosa la formación profesional. El editor no siempre aprende lo que necesita, sino lo que la suerte le va arrimando, y se generan grandes lagunas. en su currículum.
A las empresas les resulta más caro y tardado capacitar a su personal, y la rotación es un problema real. Los empleados que arriesgan todo por mejorar su salario van dando tumbos de empresa en empresa y, los que no, se quedan haciendo “lo de siempre”.
En la presión de la brega diaria tampoco hay tiempo para construir una teoría o una filosofía de lo editorial. Hay adaptaciones más o menos afortunadas de conceptos surgidos de otros campos, pero con el arraigado hábito de secrecía profesional y la insuficiente información estadística disponible, apenas imaginamos qué títulos se publican, cuántos ejemplares se imprimen o cuánto vende cada empresa.
No obstante, al final del día, sí es un hecho que se están volviendo anticuados y débiles los marcos de referencia que se emplean para saber si una empresa editorial hace bien su trabajo o no, no sólo desde los indicadores estadísticos y financieros, sino también desde una comprensión más amplia de su papel social, educativo, cultural y político; de esa labor de mediación que la hace parte integral de la economía cultural de medios y no morirá con una eventual desmaterialización del libro.
Como tampoco se hace mucha investigación editorial, todas estas debilidades hacen que los debates sobre el futuro de esta industria se vayan volviendo reiterativos. En realidad no contamos con muchos más datos que los que aportan nuestras opiniones personales, la especulación, los sobreentendidos, los mitos centenarios y los lugares comunes.
Por ejemplo, los análisis sobre esta industria han demostrado una muy pobre capacidad predictiva: ni se han cumplido las profecías que hablaban de la muerte del libro de papel, ni se han cumplido las que predecían el fracaso de los soportes digitales. Hemos entrado en una convivencia transmedial que modifica todo lo que sabemos hasta ahora acerca del libro, pero sin destruirlo. Todo indica que se trata de fenómenos mucho más complejos, que no son amenazas que nos llegan de fuera, sino profundamente intrínsecos a la propia evolución natural de nuestro campo, y por eso urgen nuevos marcos y nuevos esquemas de pensamiento.
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¿Tiene sentido intentar una escuela superior para editores?
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Así que no estamos hablando de una escuela donde los correctores van a aprender a corregir o los diseñadores van a apender a diseñar. Mucho menos esperamos que los correctores se vuelvan diseñadores y los diseñadores se vuelvan correctores. Corremos el riesgo de que se nos acuse de dar "sólo una embarrada de todo y nada", de tratar de criar frankensteins o de atentar contra las sagradas disciplinas científicas compartimentalizadas.
Suponemos respetuosamente que nuestros estudiantes ya ingresan con experiencia profesional y, por lo tanto, ya son expertos en algo. No aspiramos a volverlos expertos en otra cosa diferente, pero sí les proponemos ser esos agentes de cambio, los que construyan los nuevos marcos y los nuevos esquemas, los que sí entiendan lo que está pasando, los que sí puedan debatir y criticar las rutinas, lo que se ha hecho siempre, los que puedan armar estrategias híbridas, los que puedan pensar con flexibilidad y tomar las riendas de un programa editorial justo cuando los tiempos parezcan más oscuros.
Esta nueva forma de profesionalización editorial requiere un poco de “desespecialización”: el editor necesita salir de su estresada rutina, "bajarse de la ruedita" y mirar más de lejos, disfrutando de un breve distanciamiento para reflexionar sobre sus propias prácticas; tomarse algunas horas semanales de tiempo fuera, para preguntarse si debe seguir haciendo lo que ha hecho siempre y si lo podría hacer mejor de otra manera.
Tenemos que reconocer que en México la universidad no ha contribuido mucho a ofrecer respuestas: como la edición no es una profesión universitaria, no se le presta atención. Siguiendo una burda analogía ferroviaria, donde los libros fueran trenes cargados de relatos, que viajan desde los autores hasta los lectores, podríamos decir que las universidades están doctorando a los jefes de estación (filología, diseño, administración), pero desatienden como anticuado y artesanal el propio problema de conducir los trenes.
Sin embargo, nuestra fe en la posibilidad de formar mejores editores por la vía de un programa académico se funda en dos hechos comprobados.
El primero es que, si bien la inmensa mayoría de los grandes editores no aprendió a hacer su trabajo en una escuela, la propia complejidad de los procesos de aprendizaje hace indispensable que exista algún tipo de intervención pedagógica deliberada.
Si bien esta intervención pedagógica deliberada es característica del medio escolar, puede darse en muchos otros ambientes donde exista una relación docente de enseñanza-aprendizaje y un proceso sistemático de construcción de conocimientos. La tradición del gremio editorial ha determinado que los editores no aprendan en escuelas, pero sí que adquieran sus conocimientos en el campo laboral gracias a la intervención de un maestro, de quien aprenden todo y a quien respetan y veneran.
El segundo hecho es que muchas de estas dudas y vacilaciones que existen en México, o en partes de América Latina, no son universales.
La figura del Master of Publishing (Maestría en Edición) existe en muchas universidades, en docenas de países, y también hay asociaciones internacionales que fomentan el desarrollo de los Publishing Studies alrededor del mundo. En esos países se considera que encauzar la formación profesional de los editores a través de cursos universitarios de posgrado es una opción viable, aceptable y altamente valorada.
Hemos tenido el privilegio de comparar nuestros programas de estudio con otros similares, que funcionan en el Reino Unido, Canadá, Alemania, los Estados Unidos, China y otras naciones, y creemos que, dadas las condiciones locales de nuestro país, vamos en la dirección correcta.
Asimismo aspiramos a constituir la sección mexicana de una futura red mundial de Publishing Studies.
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La invaluable experiencia de Guadalajara
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En 1993 una universidad mexicana se comprometió por primera vez con esta formación: la Universidad de Guadalajara creó la Maestría en Edición, en el Centro Internacional de Estudios para Editores y Libreros; sólo duró tres años, pero fue la primera experiencia en América Latina y dejó una honda huella por sus características únicas.
Fue encabezada por Jesús Anaya Rosique, un editor crítico y rebelde, con amplia experiencia, conocimiento profesional y relaciones con editores del mundo entero.
Aunque en México existen todas las contradicciones que señalamos, en otros países funcionan exitosamente varios modelos escolarizados de enseñanza de la edición. Jesús Anaya conoció personalmente las escuelas de Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y otras partes del mundo, de donde trajo métodos, conceptos y bibliografía que no se conocían en México.
El primer paso fue subrayar la distinción, ausente en el español de México, entre ser editor y ser Publisher; es decir, entre intervenir directamente en los textos y tomar la decisión estratégica de publicar, porque el primero es sólo un corrector avezado, pero el segundo es una rica mezcla de empresario de la economía cultural, líder intelectual que abre nuevos espacios a la palabra y coordinador de complejos procesos de producción.
Otro rasgo de esa maestría fue su vinculación con el sector productivo, que se reflejaba en el uso de las instalaciones de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana y de la Feria Internacional del Libro, así como en la presencia de profesores activos en la industria y un perfil de alumno maduro, egresado de cualquier licenciatura, activo en el sector editorial y con experiencia laboral comprobable.
Las clases se impartían los jueves y viernes por las tardes, y los sábados por la mañana. Incluso en su momento fue posible que, si el alumno no tenía licenciatura, obtuviera un título de técnico en funciones editoriales.
Aunque el énfasis estaba en la formación de publishers, que en el futuro llegaran a ser cuadros directivos de la industria, el programa mantenía un equilibrio entre los conocimientos dirigidos a trabajar con textos, administración, derechos, coordinación de la producción, diseño, promoción y comercialización, y la formación para la investigación aplicada.
A pesar de que sólo duró dos generaciones, la maestría en Edición de la Universidad de Guadalajara se proyectó como una gran incubadora de innovación, pues todos sus egresados, aunque poco numerosos, se convirtieron en agentes de cambio en sus diferentes espacios profesionales.
Si aquel proyecto se cerró en 1996 no fue por falta de demanda, pues dejó una lista de espera de más de 120 personas, sino por la dificultad de adaptar el modelo pedagógico europeo a la estructura de una gran institución pública mexicana de educación superior.
La academia es muy celosa de sus viejas facultades y el concepto de economía cultural puede resultarle demasiado innovador, así que las universidades no siempre les queda claro si una escuela de edición debe pertenecer a las humanidades, las artes o la administración.
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Una nueva época, igual y sin embargo diferente
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Muy poco tiempo después de que se cerró la Maestría en Edición, un grupo de egresados del CIEPEL empezó a deliberar acerca de la posibilidad de reanudar el proyecto en otra institución y, ya en 1997, quedaban claros algunos rasgos de la nueva maestría: debía abrirse en una institución pública, en el sur de la Ciudad de México, ser duradera, funcionar bajo reglas institucionales claras, seguir vinculada con el sector productivo, seguir reclutando a sus profesores en la industria, seguir aceptando alumnos laboralmente activos y con experiencia profesional previa, seguirse impartiendo en horarios vespertinos y sabatinos, y seguir manteniendo el equilibrio entre las diferentes facetas del trabajo editorial, con énfasis en la figura del Publisher.
Por lo demás, necesitaría modernizarse en tecnologías, reforzar su estructura teórica y metodológica, y fortalecer las herramientas para la investigación aplicada.
El proyecto permaneció a la espera hasta que en 2006 se abrió una ventana de oportunidad en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.
No fue poco el desconcierto de algunos, ya que la invitación a crear la nueva maestría vino de la División de Ciencias y Artes para el Diseño; esta palabra, “diseño”, parecía amenazarnos con rebajar todo el proyecto a una cosa más bien formal y artística, casi decorativa.
Sin embargo, aunque el plan se llamó Maestría en Diseño y Producción Editorial, en vez de Maestría en Edición, el modelo departamental transdisciplinario de la UAM resultó suficientemente flexible para permitir que también participaran profesores de las carreras de Comunicación Social y Literatura Hispánica, impartiendo clases, formando parte del Comité Académico y tomando decisiones estratégicas.
Esto evitó que el proyecto se inclinara definitivamente hacia una maestría en Diseño Editorial y permitió mantener el balance entre ciencias, humanidades, artes y administración.
Por otro lado, la participación de la División de Diseño no se redujo sólo a enseñar trazo de cajas o tipografía, sino trajo grandes innovaciones en design thinking que veinte años antes no estaban disponibles, como sustentabilidad, diseño orientado al usuario, experiencias de uso, análisis de interacción, arquitectura de la información o pensamiento orientado a la resolución planificada de problemas.
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¿Quiénes son nuestros profesores y nuestros egresados?
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Hoy en día aproximadamente la mitad de los participantes en la maestría son profesionales activos en la industria y la otra mitad son académicos.
Por el lado del sector productivo, todos ocupan lugares destacados a nivel nacional en su desempeño laboral. Por el lado de la academia, todos tienen posgrados en campos afines a la edición, como historia cultural, retórica, semiótica, sociología y antropología, entre otras.
Se ha puesto cuidado, en ambos casos, en elegir personas que sinteticen la teoría con la práctica, tanto en sus clases como en su trabajo; esto dificulta encontrar a las personas precisas, pero evita que sólo se hable acerca de las cosas sin actuar en ellas, y también que se actúe sobre las cosas sin haber pensado primero en ellas.
La UAM hizo una concesión crucial al aceptar que los profesionales con experiencia ampliamente reconocida puedan impartir clases, dirigir trabajos de titulación y participar como jurados en los exámenes de grado, aunque carezcan de títulos académicos.
Para egresar de la maestría se mantuvo el requisito de entregar una comunicación de resultados por escrito, aunque no se trata exactamente de una tesis.
La idea es que el alumno, como profesional de la palabra impresa, logre hacer una devolución por escrito donde evidencie que es capaz de aplicar todo lo aprendido en un caso de la realidad. Por eso las comunicaciones de resultados pueden presentarse en tres modalidades diferentes:
a) Investigación, la menos frecuente todavía, implica generar nuevo conocimiento teóricamente sólido sobre un problema de la actividad editorial.
b) Desarrollo implica emprender un nuevo proyecto editorial, que puede ser una empresa, un programa editorial o una edición, demostrando la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos.
c) Intervención, la más frecuente, requiere intervenir en una empresa o proyecto editorial concreto, ya existente, pero con problemas, y demostrar que el egresado logra aplicar sus conocimientos a mejorar y resolver la situación.
Entre las comunicaciones de resultados de los alumnos que se han titulado ya encontramos varias pequeñas empresas editoriales incipientes que fueron incubadas en la maestría, como “Claro que Sí”, “La Zorra y las Uvas” o “Rompecabezas. Periódico de las niñas y los niños”. También algunas intervenciones exitosas en proceso, como la digitalización de la Revista de la Universidad de México y del Anuario de Letras, el rediseño integral de las revistas Facmed y Tiempo de Diseño, la mejora del trabajo en Ediciones La Cabra, el nuevo programa de publicaciones de la Universidad Anáhuac o los nuevos lineamientos del Comité Editorial de Filosofía de la UAM-Iztapalapa.
También se han generado o documentado materiales prácticos de utilidad, como las guías para la certificación de competencias en corrección de estilo, de pruebas y edición textual, manuales de corrección de estilo, conceptualización de productos editoriales, propuestas de nuevos proyectos (Gutenborg, laboratorio de edición digital libre), libros (pictodiario infantil, manual para la enseñanza del español como lengua extranjera), revistas (para jóvenes, de novela gráfica) y colecciones (de filosofía, de textos novohispanos), así como reportes de actividad profesional para diferentes empresas (OCDE, LaJornada, Cengage, Scholastic, Gustavo Gili, revista Relatos e Historias en México, Revista Mexicana de Bachillerato a Distancia). Finalmente, también ha habido algunos trabajos más teóricos o críticos sobre historia de la edición (edición porfiriana, llegada del linotipo a México, un blog en 1930), gestión editorial (dictamen de libro de texto, autogestión y crisis del modelo editorial tradicional, métodos de citación, ediciones de arte, distribución del libro universitario, profesionalización del corrector) o comunicación de la edición (metáforas más frecuentemente empleadas en la promoción de la lectura).
Los egresados de la MDPE han mejorado su movilidad laboral, tanto ascendente, pues quienes cambian de empleo lo hacen para mejorar, como horizontal, transitando sin dificultad entre las áreas y funciones de una misma empresa: por ejemplo, algunos alumnos que al entrar a la maestría eran correctores ahora dirigen ediciones, y varios diseñadores trabajan con textos o dirigen procesos administrativos.
Todos han adquirido aptitudes para planear, organizar, ejecutar y evaluar proyectos, presupuestar costos y tiempos, y controlar el desarrollo de lo planeado, habilitándose para ocupar puestos más altos.
Podemos decir que la MDPE marcha por buen camino, es interesante para el personal de la industria editorial y tiene un impacto positivo en el sector, aunque ocho años es todavía poco tiempo para evaluar un proyecto de esta naturaleza.
Como sugirió Confucio, “si quieres progresar un año, siembra trigo; si quieres progresar diez años, siembra árboles, y si quieres progresar cien años, educa a tus hijos”.
Eventos
El lunes 4 de noviembre de 2024 publicaremos la convocatoria de admisión para la Octava Generación 2025-2027 de la Maestría en Diseño y Producción Editorial
Viernes 22 de noviembre de 2024 a las 17:00 horas, tiempo de la Ciudad de México (GMT-6)
Reunión informativa a través de la plataforma Zoom
https://uammx.zoom.us/j/89791676418 código 767976
Los participantes de la reunión informativa deberán identificarse con su nombre y apellidos.
Nos reservamos el derecho de cancelar la conexión de toda persona que no se identifique o impida el buen desarrollo de la reunión informativa.
Carga de documentación. Exclusivamente de las 0:00 horas del sábado 25 de enero a las 23:59 horas, tiempo de México (GMT-6) del domingo 9 de febrero de 2025.